CAP. 1: A VER, ¿CÓMO TE LO EXPLICO?

   <<¿Pero Luan no es un nombre de hombre?>>. Acababa de cumplir los cuarenta años y, en todo ese tiempo de vida, habría contestado a esa misma pregunta... bueno, estaba claro que ya hacía algún tiempo que había perdido la cuenta. Siempre contaba la misma historia que, por cierto, era la verdadera, lo de ser sincera lo llevaba en los genes. Cuando su madre la llevaba aún en su vientre, hacía listas ilusionada ante su maternidad primigenia con nombres de niños y niñas, admitiendo sugerencias de cualquiera que, al conocer su estado de buena esperanza, se subiera al carro de las apuestas sobre el sexo del futuro bebé. Lo de hacer listas era algo que seguro también había heredado de su madre aunque, como a ella, de poco le servían pues, casi siempre, la primera opción era la que acababa siendo  elegida. Sí, su madre tenía bien claro cómo deseaba que se llamara su hija. Lo sabía desde que le puso ese nombre a su primera muñeca: Lucía. 

   Sin embargo, su padre no era menos terco en cuanto a sus opiniones. Si era niña, deseaba que su hija se llamara Andrea, como una profesora que  había causado un gran impacto en su, por entonces, influenciable e impresionable mente adoslescente. Así que se avecinaba una batalla ineludible, un pulso de cabezotas que solo el gran amor que se profesaban hizo que no acabara en sangre y sí en el engendro del nombre de la criatura. Jugaron con las primeras sílabas de Lucía y Andrea y así, por fin, nació, junto con el bebé, el nombre que, además de apellidos, iría siempre acompañado de esta singular historia.

   Luan solía contar con orgullo y amor cómo llegó a llamarse así, aunque en aquella ocasión, la pregunta le chirrió en los oídos y relató a regañadientes a su interlocutor que su nombre se debía al juego de palabras al que sus padres decidieron jugar. Por una vez deseó que el resultado de la cuestión hubiera sido Luna, por ejemplo, así, asunto resuelto, a nadie le asaltaría la estúpida duda acerca del género de su nombre.

   ¡Ufff!, la verdad era que le daba igual lo que aquel tío le hubiera preguntado. Todo le hubiera provocado la misma reacción de rechazo. Ya era tarde para arreglarlo. Había intentado ser sutil y esperar a que "a buen entendedor...", pero, no, al final, las sutilezas no habían servido de mucho, con lo que tuvo que sacar la artillería pesada de la sinceridad y, ni eso había servido para impedir una situación incómoda, así que ahora, ya en su casa, frente a su espejo confesor, se preguntaba una vez más: <<¿Hablo en chino o soy extraterrestre?>>.

   El espejo la observaba impasible, reflejando la cansada figura de una mujer harta de los tíos. ¿Era Luan una mujer que había renunciado al amor, a enamorarse? ¿Se había vuelto una cínica? ¿Era una amargada? Volvió a resoplar y a negarse con enfado estas posibilidades. Realmente no lo había tenido fácil en el terreno emocional. Creyéndose poca cosa durante gran parte de su vida, se había conformado con el primero que había llegado en demasiadas ocasiones, había pasado por el aro aceptando condiciones que su dignidad le gritaba que no aceptara y había olvidado sus más básicos principios por no sentirse sola en más momentos de los que se atrevía a reconocer. Pero, hacía ya algún tiempo que todo esto había pasado. Ahora, creía sentir que se había perdonado por los errores de la juventud y pensaba que volvía a reencontrarse con la clarividencia de la infancia. Sí, Luan pensaba que de niña, ella siempre se había mostrado segura de sí misma, se sostenía en los valores que sus padres le habían inculcado con su ejemplo y creía en ellos con la fe del  que  cree en los talismanes. Era invencible mientras siguiera por su camino recto. Pero, algo pasó al tiempo que su cuerpo se transformaba y se cubría de granos su cara. Justo cuando los chicos comenzaron a ser una variable impredecible para la estabilidad de sus emociones... Nunca fue la más guapa (ni siquiera de las resultonas) y, poco a poco, su seguridad mermó a la par que crecieron sus complejos. 

   Luego, pasó el tiempo del acné y el exceso de masa corporal y casi llegó a ser una "tía buena", ¡quién se lo hubiera dicho! Pero el germen ya había sido sembrado. Cuando empezó a ser admirada por los del sexo opuesto, los principios que la deberían haber protegido de las malas decisiones, estaban ahogados por la necesidad de seguir gustando y dijo sí muchas veces en las que debió decir no. Eso lo sabía ahora. En realidad, lo supo entonces, aunque se engañaba constantemente.Siempre se había lamentado de que ninguna de sus relaciones hubiera cuajado. Ahora, era más consciente que nunca de que no había tenido mala suerte con los tíos. Sus relaciones no habían funcionado ¡gracias a Dios! La mala suerte hubiera sido que alguna de ellas la hubiera llevado al altar... ¡Joder! Ninguno de los hombres que habían pasado por su vida le llegaba a la altura de la babucha. Pero, claro, si lo que destilaba por los poros en aquel entonces eran inseguridades y poco amor por sí misma, ¿qué clase de tío iba a pegársele?

   Había llegado a esta claridad de pensamiento hacía unos tres o cuatro años. No fue de un día para otro. Aún tuvo que meter la pata en otras cuantas ocasiones, pero un buen día, se sintió a gusto con la soledad. Por primera vez, no era impuesta sino deseada, y se permitió mirarse a ese espejo y hacerse las confesiones que antes no era capaz de hacerse. Supo que se había rescatado de su propia estupidez cuando dejó de castigarse por su pasado. Cuando, sencillamente, asumió que su vida era su maestra y que de nada servía renegar de lo vivido. Solo cabía aprender de ello. Y eso hizo. Y como buen alumno, podía ser que volviese 
a errar en muchas cosas, pero no en las ya aprendidas. Estaba en una nueva era. La era de  NO HARÉ LO QUE YO NO QUIERA HACER, EXPONDRÉ CLARAMENTE MIS DESEOS Y A QUIEN NO LE GUSTE QUE SE BUSQUE A OTRA.

   Bueno, la frase está bien como resumen, pero Luan podía extenderla hasta el infinito. Lo único que le costaba era llevar a cabo su máxima sin llegar a ser maleducada, insensible o, simplemente borde. Pero, a veces es que parece que hay que llegar a serlo para que no invadan tu espacio; un simple <<disculpa, pero no me interesa>> no sirve.

   Quedó con una amiga un buen día para pasar el rato. Nada pretencioso, era verano, así que un remojón en la playa, no más. En el último momento su amiga le manda un mensaje para decirle que se apunta un amigo que le había llamado para proponerle algo que hacer. <<¿Te importa?>>.

   Luan leyó el mensaje, enarcó las cejas diciéndose para sí misma que no le importaba, pero matizando también para ella misma que el órden normal hubiera sido preguntarle primero si no le importaba que se acoplara el chico, antes de decirle que se apuntara al plan, y no al revés. O, ¿qué pasa?, ¿que si le decía que le importaba que el tío las acompañara, ahora su amiga le diría que no fuera , cuando ya le había dicho que lo hiciera? Se encogió de hombros ante el pensamiento y simplemente no le dio más vuelats. ¡Total! Estaba de buen humor y, quien sabía, a lo mejor conocía a alguien con quien hacer cosas, que ya estaba cansadita de ir con la misma gente siempre, que por otro lado, no es que hiciera gala de una  amplia  vida social.

   El chaval no es que fuera muy hablador, la verdad. Tampoco brillaba por su belleza, pero, lo dicho, Luan estaba de buen humor, así que habló por los tres. ¡Qué gran fatalidad! Por fin surgió un tema que pareció interesar al chico y entonces ya no hubo quién lo parara. Parecía que le habían dado agua después de tres días sin beber. La pobre Luan tuvo claro que era un freaky, y no de los divertidos, pero, no le costaba mantener la conversación y el chico parecía estar a gusto, así que le invitó a que siguiera con ellas durante la tarde-noche. Por supuesto, todo surgió de la más pura espontaneidad y para nada Luan pensó haber incitado de ninguna otra manera al chico. Él se ofreció a pagar la cena de los tres y ella aceptó sin darle tampoco a eso mayor importancia, pues ella también era de las que tenía la mano generosa cuando el bolsillo estaba lleno (ya no se acuerda de cuando). La noche fue agradable. Acabaron pidiendo deseos a la Luna. Ella laborales... los de los otros dos... pues eran cosa de los otros dos, ¡a ella qué le importaba!

   Y, poco después de esa noche que para Luan no tuvo la mayor trascendencia, recibe sus primeros mensajes. ¡Uy! ¡Uy! ¡Uy! Si un tío que no ha compartido contigo más que un rato ( y que ya no es un adolescente inmerso en un cóctel hormonal), te empieza a mandar mensajes cursis para matar y te dice que vales mucho y que tendrás en él  a alguien que siempre pensará en ti, como poco, te asustas. Luan percibió claramente que la intención del tipo no era la de quedar de colegas en otra ocasión, así que, sabiendo que a ella nada le había atraído, le contestó a todo cortésmente pero sin darle pie a nada. Si él le mandaba un beso o un abrazo, ella se despedía con un simple hasta luego. Acortó cuanto pudo todas y cada una de las conversaciones que él inició, le dio largas para quedar o sumaba a su amiga en los planes que él proponía. Ahí fue donde Luan pensó que a buen entendedor, pocas palabras bastarían. Pero no.

   Un día, sencillamente no contestó a su mensaje. <<Se aburrirá>>, pensó. Pero tras un par de días de silencio, el tío volvió al ataque. Un simple <<Hola>> y tres puntos suspensivos que esperaban una respuesta.
   Ella estaba  viendo la tele repantingada en el sofá como solo una mujer que vive sola puede permitirse hacer. No estaba de humor, De hecho sus preocupaciones económicas la habían desvelado una noche más y el fantasma de la depresión asomaba a su puerta y pensaba cargárselo a base de patatas fritas y chocolate. El pitidito del WhatsApp la molestó y cuando además vio de quién se trataba sintió que empezaban a rechinarle los dientes (mala señal). Lo primero que se le pasó por la cabeza fue contestar sencillamente lo que le apetecía <<Déjame en paz, pesado>>, pero se dijo a sí misma que el chico no estaba haciendo nada malo. Era injusto tratarlo mal porque a ella no le gustara ni tuviera deseos de mantener ninguna relación con él; así que,intentó nuevamente, de manera cortés, sacárselo de encima: <<Hola, no me encuentro muy bien de ánimos y no me apetece hablar con nadie en estos momentos. Disculpa que no te contestara el otro día, pero es que no estoy para nadie...>>.

   Una persona normal, pensó Luan, hubiera respetado su estado de ánimo, hubiera deseado que se mejorara y punto. Pero no, este tío no. Este tío, que no la conoce de nada, ve ahí el filón de la desesperación y cree que él se puede convertir en su salvador. Así que la siguió mensajeando, haciendo que cada una de sus frases le pareciera más aburrida, trillada y patética a la educada, pero hasta el gorro de gilipollas, Luan. Ella que sabe que sus problemas en este momento nada tienen que ver con querer o no querer estar con un hombre, sino con cosas más reales y terrenales como cómo pagará su hipoteca dentro de un mes.

   Por fin, tras reusar más de tres veces la propuesta insistente del tío a quedar con ella a pesar de que no dejaba de decirle en cada ocasión que no deseaba ver a nadie, la conversación se da por concluida. ¡Ufff! <<¡Por fin!>>, volvió a resoplar. Luan regresó a su chocolate, pero el tío consiguió que sus pensamientos estuvieran puestos en él. Solo que no como a él le hubiera gustado, claro. A Luan, el repaso del chat le sirvió para concluir que un tío que en un día piensa que eres la leche, y que a pesar de darle largas y más largas, sigue en la brecha, no es más que un imbécil o un desesperado...o ambas cosas. Y, como con sus pensamientos ya no tiene que mantener la educación ni la cortesía, da rienda suelta a su lenguaje soez y le coge asco. Ya no le apetece quedar con él, ni como amigo. Básicamente porque sabe que más pronto que tarde le va a meter cuello y la va a poner en una situación violenta  que no le apetece vivir. Decide contarle a su amiga sus percepciones con la esperanza de que ella, que es buena amiga del tipo, le deje las cosas claras y le evite el mal trago. 

   El resultado de esta conversación no sirve más que para mofas y diversión de la amiguita. Y, para colmo, le suelta la bomba de que el tío es el amigo a quien ella regaló una entrada para un evento al que iban a ir juntas... Luan se rió por no llorar. Desde luego, si había pensado que tras el evento se iría de marcha con su amiga a pegarse unos bailes, que ya iba siendo hora, de un plumazo mató las ganas. Que una cosa sería compartir asiento en un teatro y otra muy distinta, era propiciar un entorno para el ligue.

  
Sin poder evitarlo, el día del encuentro, Luan estaba tensa. Se dijo que actuaría con naturalidad y punto, pero es que ya tenía el rechazo impreso en el rostro. Nunca había sido buena fingiendo. Y, como ella suponía, en el primer momento que se quedaron solos él la asaltó: <<¿Qué te pasa? Estás muy rara.>>. Luan le contestó más seca de lo que pretendía: <<Estoy normal, lo que pasa es que el día que me conociste estaba más alegre de lo habitual. Pero ya te dije el otro día que no estoy pasando un buen momento, así que lo normal es que no esté dando palmas con las orejas>>.

   A esto el chico sacó su tono más condescendiente para decirle que no dijera eso, que él también sabía lo que era pasarlo mal y bla, bla, bla... Luan sintió arder la bilis en sus entrañas. Casi le gritó al contestar: <<Mira, si no quieres que te diga cómo estoy, no preguntes>>. En fin, sí, a estas alturas ya había sido borde en buena dosis, pero no creáis que el chico se amedrentó por ello. En el teatro, aprovechando que la amiga fue al baño, el tipo vuelve al ataque y no se le ocurre romper el hielo de otra forma que diciéndole: <<Bueno, ¿cuándo vas a venir a mi casa?>>. 

   Luan no daba crédito a lo que acababa de escuchar. Los había visto torpes en el arte del flirteo, pero esto ya era el colmo. Ni el tío que lo tiene todo hecho pregunta esto sin prolegómenos. Aquí ya la paciencia se le agotó a Luan. Se acabó. << Mira, a lo mejor me equivoco, ¿sabes? pero tengo la percepción de que tratas de tener algo conmigo y verás, yo no estoy en la misma onda. No me interesa. Ahora mismo no estoy bien para relaciones, ni contigo, ni con nadie, así que, desde ya, te digo que no voy a quedar contigo a solas, ¿comprendes?>>. 

   No puedo describir el movimiento de cabeza que hizo el tío, ni la cara de triste que acompañó a tal movimiento. Sus palabras fueron, eso sí << ya estamos, ¿pero, por qué todas la tías pensáis lo mismo?>>. Ahí lo tienes, pensó Luan, un desesperado... no obstante, no le dijo que cantaba a la legua las ganas que tenía de estar con una tía, aunque sí le dijo que eso es lo que cualquiera piensa si un tipo le manda los mensajes que él le había mandado conociéndola tan solo de un rato. Que eso huele a cualquier cosa menos a que lo único que le apetezca sea tomar unas cañas y unas tapas. 

   Comenzó el espectáculo y ya no volvieron a hablar hasta el final. Luan pensó que ya está, que más vale una vez roja que ciento amarillas, y que el mal trago ya estaba pasado. Casi se relajó. De hecho, tras el teatro decidieron tomar algo los tres en una tapería y, con las cervezas, hasta se rió y disfrutó del rato. ¡Bien! A lo mejor, después de todo, el chaval no mentía cuando decía que él no llevaba esa intención... ¡Ya! ¡Y una leche! A la salida del bar, la agarró de la cintura desde atrás y se la acercó para darle un beso en el cuello. Si Luan hubiera llevado su máxima a cabo, le hubiera estampado un guantazo allí mismo. Por cierto, la amiga que había salido antes que ella y fue testigo del beso, no hacía más que reírse socarronamente, lo cual todavía incomodó más a Luan. No obstante, reprimiendo cualquier instinto asesino tras ver invadido su espacio vital, tan solo dijo: <<¿Y esto a qué viene ahora?>>. A lo que el tipo contestó suavonamente: <<Nada, es que yo soy así>>, como si creyera que lo que acababa de hacer había sido recibido de buen grado por parte de Luan. 

   En realidad, ella no paraba de pensar lo que ahora pensaba frente a su espejo: una vez más, ella reprimía lo que verdaderamente hubiera deseado decir y hacer (soltarle unas frescas y una buena hostia) por entender que podía ser ofensivo e injusto con el chico; y sin embargo, tenía que aguantar que, a pesar de haber expresado educadamente que ni era cariñosa, ni deseaba recibir ese cariño, el tipo le arreara un beso porque "él era así". ¡Tócate los huevos! Volvía a reflexionar sobre esta cuestión y volvía a llegar a la conclusión de que quizás no es que ella sea una borde y una amargada, es que debe serlo para que no le coman el espacio los que no quieren entender lo que, por otra parte, no es tan difícil, ¿no? 

   Pero lo tiene claro, no volverá a quedar con ese tío, ni sola, ni acompañada. Ya pueda ser la mejor persona del mundo, a ella ya le ha demostrado que es un egoísta y que lo primero para él es él, poco le importó lo que ella deseara.