CAP 4: UNA MUJER NO DEBE SER NECESITADA


Oye guapa, conmigo no te enfades. Que yo solo soy tu espejo y lo único que hago es reflejar tus pensamientos. No tengo la culpa de que últimamente te haya dado por purgar tus tripas saturadas de historias que te han ido atascando los intestinos del alma.

También he estado aquí las pocas, pero reales, etapas de tu existencia en las que flotabas en la Dolce Vita, cuando todas tus sensaciones estaban falsamente teñidas de rosa. Estuve entonces, y estoy ahora cuando pretendes pintarlo todo de negro. ¡Así que deja de aporrearme!

Pero quizás sea bueno que te vacíes así, todo de golpe, como si estuvieras bajo los efectos de un potente laxante. Quizás cuando termines, sientas la misma grata y liviana sensación, y quizás entonces, vuelvas a tener espacio para dejar que te ocupe otro sentimiento.

<<-¿Qué está pasando?>>. Ya había amanecido pero para vosotros comenzaba la fiesta. Trabajabas en una discoteca que cerraba sobre las seis de la mañana y, a veces, tras recoger y cerrar el local ibas con todos los compañeros, esos que durante un tiempo fueron como una familia para ti, a que os pusieran unas copas a vosotros, para variar, en lo único que quedaba abierto a esas horas, un after en el que solo podías encontrar dos cosas, o camareros como vosotros, o fiesteros a los que aún no se les había pasado el efecto de las drogas ingeridas durante la noche.

Te lo cruzaste al salir de aquel baño en el que contuviste la respiración porque casi podías ver el polvo de coca mezclado en el aire. Os mirasteis y supiste que ese compañero tuyo se sentía atraído por ti igual que tú lo hacías por él. Después, al recordar tu original frase te sentiste estúpida más de mil veces, pero sabes que en ese momento fue oportuna, estuvo bien, pegaba, era lo propio. Cuando él te preguntó, tú le respondiste: <<¡Química!>>.

Y así empezó todo. Era misterioso, piel curtida pero suave, dorados ojos que caían ligeramente tristones y profundos, labios carnosos que pedían ser besados cada vez que su boca hablaba con aquella voz aspirada y baja que te envolvía cuando la dirigía a ti. Era magnético. Todos parecían respetarlo y aceptarlo como líder sin que él se esforzara lo más mínimo. Y se fijó en ti. ¿Podría haber algo más halagador? Pues sí, mucho más. Que te mostrara su vulnerabilidad.

Ahora crees que ésta siempre ha sido una máxima para tus relaciones, el sentirte necesitada. Y también ahora comprendes que probablemente éste haya sido el gran error de todas ellas. Lo que debieras haber buscado desde el principio es sentirte amada. Confundías (y aún lo haces, no lo niegues) el afán por sentirte útil, con el amor. Así te ha ido. En todos los casos, lo que ocurre es simple: mientras que el objeto de tu romance te necesita y tú entregas media vida por complacerlo, todo va sobre ruedas; pero, llega un momento en el que consciente o inconscientemente tus necesidades se hacen también notar y, entendiendo que eso es lo bueno de estar en pareja, esperas que esa persona por la que tanto diste, te pague con la misma moneda… ¡Uy1¡Uy! ¡Uy! Pero empiezas a mostrarte frágil, a ser tú la que reclamas el tiempo y la atención y los mimos y la paciencia y la consideración…y entonces, no comprendes su respuesta, piensas que él se sentirá igual de satisfecho que tú al serte útil, pero lo que encuentras es que te conviertes en una mochila cargada de pesadas piedras en la espalda del caballero. Ya no molas tanto, ¿no?

Todavía recuerdas sus frases, las que te llegaron al alma, las que, sin duda, te enamoraron: <<-Bendita seas por haber nacido>>, y ésta, solo la primera noche en la que compartisteis el lecho.Así puso punto y final al acto amoroso. Ni abriste la boca, no pudiste. ¿Qué se contesta cuando alguien te dice semejante cosa? Solo sonreíste de oreja a oreja sintiéndomás satisfacción por escuchar aquello, que por lo que el sexo te hubiera proporcionado. Te quedaste dormida en sus brazos y el eco de esa frase te sirvió de nana.

Otra noche, en su coche, antes de despediros y sin que tú consiguieras advertir a qué venía aquel momento trascendental, te miró a los ojos antes de arrancar y  te suplicó: <<-No me hagas daño>>. Otra vez te quedaste a cuadros, <<si siempre me lo hacen a mí>>, pensaste, así que le contestaste con la misma seria súplica: <<-No me lo hagas tú a mí>>.

Pero te lo hizo, ¿verdad?

Claro, es que nunca se dijo que fueseis novios ni se habló de un contrato de fidelidad... Y tú, por no perder a ése que tan especial creías, volviste a tragar carretas y carretones. Que no era la primera vez que, por no creer que tú mereces todo, te conformaste con recibir lo que él quiso darte, que fue bastante poco.

Te diste cuenta de que consumía drogas, pero tú ya estabas enganchada a la más dura, a él, o a la necesidad de tener un “él”. Te causaban repulsa todos quienes veías bajo los efectos psicotrópicos, pero estabas ciega ante los efectos que causaban en él. Y es que, qué gran verdad tiene el refrán ese que advierte que no hay mayor ciego que el que no quiere ver. Hizo falta mucho más que aquel día en el que te dejó colgada en aquella cena en la que tanto esmero pusiste. Invitaste a todos tus compañeros, solo faltó él, pero a pesar de que ya habían pasado más de cuatro horas y estaba claro que no acudiría, le reservaste su plato en la mesa y apartaste su comida por si llegaba. Mientras que lo que tenías que haber pensado era en haberle cerrado la puerta en las narices si se hubiera presentado, cosa que no hizo. No, tú, mientras sufrías por su ausencia, ya lo estabas perdonando.

Hizo falta mucho más que verlo flirtear con clientas de la disco y tener que imaginar que esa noche que te ponía la escusa a ti para no dormir juntos, la pasaría con alguna de ellas. Hasta te hiciste amiga de uno de sus ligues porque le hizo a ella lo mismo que a ti, y encima le agradecisteis el haceros amigas. ¿Lo recuerdas? Tras haber pasado una noche que se hizo mañana y sobremesa en su cama, de repente se acuerda de que había quedado en una hora con Rebeca, <<-¡Maldita sea! Se me olvidó>>, y te lo cuenta encima. Te vuelves a quedar helada en pleno verano y tras escucharle decir que daba igual, que no iría, te incorporas e, imaginándote que eres tú la que se queda plantada en aquella rotonda donde debía recogerla, le dices: <<¿Dónde hay que ir? Yo la recojo y la traigo hasta aquí>>. ¿Serás gilipollas? Eso es lo que vas pensando en el coche mientras te acercas a recoger a la chica. La pobre sube al auto, con las cejas levantadas expresando la misma sorpresa inaudita que tan bien conoces tú misma. Por el camino de regreso a su casa os contáis media vida y congeniáis al instante. ¿Surrealista? Nada comparado con la escena siguiente en su apartamento. Él saluda y se disculpa porque está cansado, os dice que podeis ver una película en su salón mientras se vuelve a la cama: “Mensaje en una botella”. Os sentáis, comenzáis a ver la película y casi al final, véis que se levanta, va a la cocina, se prepara un café y coge algunos trozos de papel de cocina. Va hacia la terraza y al pasar por delante de vosotras os deja, sin decir nada, un trozo de papel a cada una. Os miráis extrañadas y continuáis viendo el final de la película romántica. Se os saltan las lágrimas con el desenlace y, por fin, entendéis lo de las servilletas. Luego, te despides de Rebeca y de él y los dejas a solas.

Pues tampoco fue esto lo que te sirvió para poner punto y final a esta relación. Aún tuviste que pasar por la tortura que supuso para ti la entrada a trabajar en la disco de una nueva chica. Una niñilla a la que él no pudo dejar de seducir porque, ahora lo sabes, ese tipo de tíos necesitan autoafirmarse con sus continuos ligues. En realidad se consideran a sí mismos basura y solo el hecho de que la chavala de turno lo considere especial les permite sobrevivir sin volverse locos. Pero saben que, en seguida, su verdadera realidad será descubierta, por eso deben buscar un nuevo espécimen que le devuelva la sensación primera que causa.

Sin embargo, esta vez, con ella, no fuiste tan complaciente. No se trataba de alguien a quien no tuvieras que ver continuamente y en tu territorio. La disco, al menos, era el lugar donde tú eras la protagonista. Trabajar en otras condiciones se haría, como se hizo, insoportable. Tanto, que te fuiste.

Y aún así, tampoco ella fue el punto y final a lo vuestro. Decidiste que no lo mantendrías como pareja, pues estaba claro que él no te consideraba como tal, ahora bajaste aún más tus aspiraciones y te convertiste en una amiga con derecho a roce. Y te obligaste a verlo del mismo modo y a dejar de sentir por él, o sea, a engañarte a ti misma.

Una noche que saliste con una amiga, te lo encontraste, parecía echarte de menos y te propuso veros a la mañana siguiente en su casa. Accediste porque era embriagador sentirte deseada por él. Acudiste. Tocaste a tu puerta y no abría, pero lo escuchabas roncar tras la ventana, así que insististe, insististe… insististe.

Abrió la puerta con los ojos pegados, pasaste, te insinuaste en el salón y te bailó el agua en el sofá. <<-Vamos a la cama>>, le dijiste. <<-¿Para qué? Aquí se está bien>>, contestó. Un poco más tarde repetiste la propuesta pues en el salón hacía frío. Te dijo: <<En la cama hay otra>>, y te sonrió, así que lo miraste y creíste que bromeaba, no podía estar hablando en serio. <<-Anda, vamos, no seas tonto>>, le contestaste. Y en la habitación… no había nadie. <<-¡Mira que te gusta hacerme sufrir!>>, le regañaste con cariño mientras te metías en su cama y continuabas con los besos. Y entonces…, de repente supiste que sí que había alguien. Paraste en seco el juego sexual y le dijiste: <<-Voy al baño>>, a lo que él respondió: <<-¡Qué lista!¡Ya lo has descubierto!>>.

Y así fue como la descubriste detrás de la puerta del baño, en pelota picada. Era la tía más fea y sucia que habías visto nunca. Hasta te dio pena. Le dijiste con toda la frialdad de la que pudiste hacer acopio que volviera a la cama que se estaba quedando helada. Ella se negó balbuceando alguna estúpida e incómoda respuesta. Te diste la vuelta tras soltarle un "allá tú"" y volviste con él. Aparentaste que no te importaba lo más mínimo lo que estaba pasando y seguiste con las caricias por donde lo habías dejado. Ella regresó al cuarto, pues ya no tenía sentido esconderse, recogió su ropa, que ahora sí viste esparcida por el suelo, y se fue. Entonces, cuando ella ya no estaba, te levantaste, te vestiste y te largaste de allí para siempre. Todavía recuerdas los arañazos que te hiciste con el estropajo con el que te restregaste al llegar a tu ducha.

A las dos noches, lo volviste a ver frente a un garito. Se te acercó. No sabía cómo pedir disculpas. No le dejaste, le dijiste que no importaba, pero que ya no volverías a acostarte con él. Te dijo: <<- Eres puro pulmón>>. Aún te preguntas qué quiso decir con eso.

Después, alguien te contó que acabó aquella noche con esa tía a cambio de cocaína. Se te revolvieron las tripas una vez más. Supiste que habías hecho lo correcto y ya no volviste a estar ciega sobre los efectos que la droga tenía sobre él.

Lo lloraste. Mucho tiempo, una vez más. Volviste a sentirte sola y hundida. Otra historia que destrozaba algo más tu ingenuo corazón ávido de amar y ser amado.

Pero pasaron los años y te curaste de él. Ayudó el que vuestros caminos se separaran por doscientos y pico kilómetros de carretera (una vez más poniendo asfalto de por medio), y un buen día te llamó y te invitó a acompañarlo a un viaje. No sabes bien por qué, pero lo hiciste. Y lo cierto es que fue estupendo. Estaba diferente, tenía un trabajo con horario diurno y parecía haber dejado de consumir. Quería resarcirte. Hablasteis y te pidió perdón por todo cuanto hizo en la época que compartisteis. Incluso quiso que le recordaras algunas porque en su mente solo había nebulosas. Al final, aunque ya el tren pasó, te alegraste de que él no fuera una basura; solo un alma rota que equivocó demasiado su camino, y sí que necesitaba ayuda, pero tú no podías dársela. Quizás, piensas, fuiste soberbia al pensar que eras la solución para su corazón confuso. Ahora, que te has vuelto más humilde, sabes que solo uno mismo puede rescatarse de su propia confusión viajando desnudo hasta el origen, y, por eso, sabes  que una mujer no debe conformarse con ser  necesitada, debe ser amada.

CAP 3: ¿POR QUÉ ES TAN DIFÍCIL DECIR LA VERDAD?

Si el otro día el espejo hablaba a Luan de cómo siempre acababa decepcionada con sus amistades por esperar de ellos lo que solo en su mente debe dar un amigo, hoy, un email inesperado le hace recordar una historia que, quizás por lo contrario, también ha acabado por hacerle daño. Porque ella siempre ha tenido muy claro lo que era Jack en su vida, y todo habría ido bien si él hubiera tenido los cojones de llamar a las cosas por su nombre. ¿Qué pasa? ¿Es que se pensaba que era algo deshonrroso? Mejor hubiera sido no tratar de hacer que algo que estaba bien como estaba tuviera un nombre que le quedaba grande, muy grande...

<<¿Qué le contesto>>, se pregunta aún con la boca abierta. Por lo visto, desde el día que contestó a su último mensaje Jack estaba enfadado y ofendido. <<¡No te jode! ¡Ahora soy yo la mala!>>. 

La sangre parece hervirle y le quema bajo la piel. Si no recuerda mal, tras haber recibido algún mensaje que otro para invitarse a su casa para visitarla y ella haberle contestado que no se encontraba con ánimos para recibirle, que está pasando una mala racha, que ella lo llamaría en cuanto tuviera ganas de pasar una noche salvaje, él, muy lejos de respetar sus deseos, le vuelve a escribir unos días más tarde otro <<¿cómo estás?>>, que le suena acertadamente a otro intento para tantear si la cosa ha cambiado y, por fin, puede echarle un polvo. En esta ocasión, Luan no tenía fuerzas ni para contestar con una negativa. Simplemente no contestó. 

Pero está claro, visto lo visto, que si deseas que alguien no te deje en paz, lo que tienes que hacer es ignorarlo. Esto, que no es cosa de tíos o tías, es algo generalizado en el ser humano, produce el efecto contrario. Es una cuestión de orgullo. Y ella lo entiende, porque en muchas ocasiones lo ha sufrido en sus propias carnes, aunque ya hace tiempo que aprendió la lección. La cuestión es que entendiendo que, al poco, Jack volviera a la carga con otro mensaje en el que preguntaba <<¿Es que te molesta que te pregunte?>>, ella optó por contestar: <<Pues sí que me molesta. No es que me moleste que me preguntes cómo estoy, es que estoy cansada de cotestar siempre lo mismo>>. No cree que fuera desagradable. En el mensaje volvía a explicarle que pasaba una racha mala y que tener que decir una y mil veces que la cosa no mejoraba no le hacía bien. 

Ya no recibió más mensajes, ni llamadas, ni nada. Parece que Jack había comprendido que necesitaba espacio, ¿no? Hummm, bueno Luan ya sospechaba que su silencio no era más que la consecuencia de que Jack se había tomado aquello como una ofensa hacia su persona. Y esta mañana, su email no había hecho más que confirmarlo. Y, si Jack fuera un amigo, un amigo que se preocupa por ella de verdad, ella entendería que se sintiera así. Pero lo cierto es que no lo es, aunque no sabe por qué estúpida razón tiene tanto pudor a llamar a las cosas por su nombre... Así que esta vez no se calla, esta vez, ahora, en caliente, le va a recordar cuál es la esencia de la relación que hay entre ambos. 

Se ha sentado frente al ordenador y las manos rabiosas teclean con avidez los recuerdos que le golpean la cabeza.

<<Jack, creo que no tienes motivos para ofenderte porque no desee en estos momentos verte. La verdad es que estás convirtiendo en algo personal lo que no lo es. A mí me ofende que tú me vengas con que eres mi amigo y que, si lo estoy pasando mal, quieres ayudarme. Eso no es cierto y es injusto que pretendas que, además de lo mal que lo estoy pasando por mis circunstancias actuales,  lo pase aún peor sintiéndome culpable por comportarme mal contigo. Si de verdad fueras mi amigo, te pondrías en mi lugar y no harías nada que me hiciera sentir peor. 

¿Qué? ¿Te molesta que te diga que no eres mi amigo? Bueno, para ser sincera creo que lo eres, pero solo para algo muy concreto. Eres un amigo con el que pasarlo bien en la cama. Y te aseguro que eso es fantástico. Hace muchísimos años que nos conocemos y siempre ha sido fantástico. Pretender que esto es otra cosa es un error. Yo, por desgracia, lo aprendí al de pensar lo contrario por tu culpa. 

Recuerdo que, cuando te conocí, me gustaste. Seguramente en ese momento si tus intenciones hubieran sido tener una relación de pareja conmigo, la hubiera tenido con gusto. Pero la cosa no fue por ahí. Yo lo asumí así y aunque, con los años, nuestra relación evolucionó hasta el punto en que el día que nos veíamos, como parte de los prolegómenos, compartíamos una cena y nos poníamos al día de nuestras vidas desde el último encuentro, nunca hubo nada más. Nunca fui, ni fuiste, protagonista de esos relatos; nunca un viaje compartido, nunca otro tipo de  juerga que no fuera la que ya estaba estipulada; ni siquiera nunca fue más que una noche y un desayuno, a veces con condimento, a la mañana siguiente. Eso, querido, no es una amistad. Aunque eso no significa que no te haya querido, porque siempre he deseado que todo te vaya bien y cuando he estado contigo, en esos momentos compartidos, nuestros besos y abrazos eran verdaderos. Por eso era tan bueno. 

Yo lo tenía muy claro, Jack, muy claro. Y, por eso, siempre te has sentido cómodo. Pero en una de tus visitas algo cambió. Traté de contarte lo que me estaba pasando, que no era agradable, y al darme cuenta de que me estaba poniendo más triste y profunda de lo que pensaba que podía permitirme contigo, reculé y te dije literalmente que mejor era no hablar, que tú no habías venido a verme para aguantar mis marrones. Y contestaste, ojalá no lo hubieras hecho. Me dijiste que no solo venías a verme por el sexo. Tu tono fue hasta ofendido y yo, por primera vez, te miré de otra forma. Me pregunté si no había sido injusta al pensar en ti solo para eso y hasta me sentí culpable por mi insensibilidad. Aquella noche te viví como nunca lo había hecho y te despedí con el pecho henchido de orgullo al creer que eras más de lo que por tanto tiempo había creído.

Desde entonces, cada vez que brindábamos por nuestra amistad, mi corazón latía con fuerza. Pero, claro, nuestra rutina nunca se modificó. Si tenías algún problema nunca me llamaste para contar conmigo, y si yo lo tuve, pues, tampoco eras tú con quien pensaba en contar. Supongo que, entre otras cosas, porque la distancia no hacía fácil que fuera así. O, al menos, eso era lo que siempre pensé. Hasta que un buen día, la casualidad me llevó a trabajar a tu pueblo. Me habías hablado alguna que otra vez de lo bueno que sería si me mandaran a trabajar a algún sitio más cerca de ti. Así que cuando supe que mi destino estaba en tu propio pueblo, te llamé loca de contenta. A efectos prácticos, pensé, además,  teniéndote allí podría pasar uno o dos días en tu casa para poder buscar piso con tranquilidad, y, al pedirte el favor, me dijiste que nada de buscar ningún sitio, que podría quedarme contigo. No fui yo la que lo propuso, no fui yo.

Pero no fue bien. No estabas en tu mejor momento, según me contaste, y yo, entendiendo por mi propia experiencia que quizás no desearas compañía, te pregunté nuevamente en unas cuantas ocasiones más si no preferías estar solo. Negaste en cada ocasión y yo  pensé en cómo agradecer tu hospitalidad, cocinando para ti, limpiando la casa y tratando de que todo estuviera perfecto cuando regresabas del trabajo. Sentí que todo cuanto hacía te molestaba, sin contar que no me pusiste ni un dedo encima en los días en los que dormí en tu cama.

Me fui en poco más de una semana, sin que me echaras con palabras aunque sintiendo que era lo que querías. Además de confusa. Tratando de comprender si yo había hecho algo malo para recibir por tu parte tanta indiferencia. Y, de repente, todo cambia. En el momento en que me alquilo piso se te vuelve a despertar la libido y vienes a verme para acostarte conmigo. Quise creer que realmente es que ya estabas mejor, pero la coincidencia de este hecho con el que me fuera de tu casa me dejó todavía más liada en mis emociones. No ayudó que no vinieras a despedirte de mí el día en que se me acabó el trabajo. No lo hizo el que luego que me fuera no supiera más de ti hasta dos semanas después y porque cioincidimos conectados en el messenger. Nuestra conversación acabó mal porque te expuse cómo me había sentido y tú me acusaste de cosas que no podía creer que me estuvieras diciendo. 
No me mientas, solo conseguirás dañarme.

Un año y siete meses más tarde te pusiste de nuevo en contacto conmigo. Parecías no entender aún qué pasó y traté de explicártelo nuevamente. Me pediste perdón. Lo acepté y nos volvimos a encontrar. Pero en ese lapsus de tiempo que duró nuestra separación, Jack, yo tuve ocasión de reflexionar. Sufrí por la decepción que supuso para mí todo aquello, pero, al final, volví al origen, el problema estuvo al pensar que eras otra clase de amigo. Esa clase de amigo al que sí que le pediría alojarme en su casa. Tú no lo eras y si no me hubieras hecho pensar en ti de otra forma, nunca hubiera ocurrido nada de aquello. Porque cuando clasificas a las personas de tu vida de una forma u otra, no solo lo haces por gusto de ponerle etiqueta a la relación, sino para saber cuáles son los límites. Yo lo tenía muy claro hasta que tú trataste de convencerme de lo contrario, solo por no aceptar esa relación tal y como era. Quizás porque pensabas que una tía no puede vivir el sexo sin que haya algo más. Yo creo que sí lo somos, lo único que no podemos es lidiar con las falsedades. Y, que conste, que no creo ni siquiera que lo hagas de manera consciente, es a lo que nos tiene acostumbrada esta sociedad en la que vivimos.

Volví a reencontrarme contigo y volvió a ser estupendo, pero en mi mente, la decepción ya no pudo borrarse. Porque hasta que volví a recolocarte adecuadamente en mi cabeza, sufrí. Sufrí mucho por ti. No obstante, creí que podría borrar ese resquemor. Y, seguramente estaría borrado si no fuera porque este año lo estoy pasando muy mal. Ahora, la vida de Luan está tan desbaratada que apenas si tengo fuerzas para levantarme de la cama cada día. No estoy contenta por nada, mis ilusiones están bastante rotas y el sentimiento que me acompaña hasta que consigo dormirme es el miedo, el miedo a saber cómo voy a sobrevivir. Así que no tengo apetencia sexual, para lo único para lo que te llamaría a ti. ¿Lo entiendes? Y lo tengo claro, si esta pesadilla pasara y volviera alguna vez a tener libido, que ahora no es que esté baja, es que no existe, probablemente te llamaría. Para celebrarlo por todo lo alto; He sido clara contigo al respecto y no necesitaba una frase de esas con la que se queda muy bien pero que tan solo hace daño si te la crees. Justo lo que una vez más haces por no aceptar como bueno lo que hay entre nosotros, a pesar de que es lo único que siempre has deseado que haya: me llamas un día y me dices otra vez que no solo estás para eso, que puedes venir a verme solo para estar conmigo... Casi caigo otra vez en la trampa. Pero no has venido. En vez de eso, me has vuelto a mensajear periódicamente para ver si ya había salido del periodo oscuro... ¿Para qué? ¿De verdad me vas a decir que lo único que te mueve a preguntar es tu preocupación por mí? Yo no lo creo, Jack. Pienso que preguntas para ver si ya puedes venir a echar un polvo. Y, te juro que me molestaría menos, vaya, no me molestaría en absoluto, si fueras sincero con eso. Pero el que quieras usar la palabra amistad como escusa me jode. Me jode un montón, tío, porque no sabes la falta que me hace un amigo a mi lado ahora. Pero un amigo de verdad.>>.

Luan terminó de escribir su carta. Se ha vaciado y ahora respira sin rencor. Su dedo sobre el ratón tiembla en el último momento. En unos instantes su correo puede llegar a Jack y lo leerá y quizás la entienda y entienda que no quiere que se ofenda sino que comprenda que cada uno de nosotros tenemos una función en la vida de los demás y que no siempre es la misma. Ella sabe lo que siempre ha sido para él y no lo ve mal. Lo único que siempre ha pedido es que no jueguen con sus sentimientos. ¿Por qué es tan difícil decir la verdad? 

Pulsa el botón del ratón:  mensaje cancelado.

CAP 2: QUIÉN TIENE UN AMIGO... ¿TIENE UN TESORO?

Desde luego, Luan, cuando te da por el ostracismo, eres única.

Una semana menos un día recluida en casa. Sin ver a nadie, sin más compañía que la de tu gata y, por supuesto, tus comederos de tarro.

Bien sabes que eso no es bueno... eso de quedarse tanto tiempo a solas con tus reflexiones tiene consecuencias negativas bien conocidas por ti... Haces montañas de granos y, haga Sol o esté nublado, tú lo ves todo gris, gris oscuro tirando a negro.

Te dices que de vez en cuando viene bien estar con una misma, para aclararse con la vida, pero, chica, es que este año has tenido retiros espirituales para cubrir el expediente de toda tu vida. Y ya se sabe que todo en exceso...

Además, lo de reflexionar sobre tus sentimientos y actitudes en unas circunstancias como la que ahora estás viviendo, hacen que tus conclusiones no sean objetivas precisamente. O, al menos esto es lo no te queda otra que creer para justificar toda la mierda en la que vuelven tus conclusiones. Es mejor pensar que todo lo ves así de negro por las condiciones mediambientales, que eso de estar en paro ejerce este tipo de visión fatalista del mundo. Que en realidad tú no piensas así, ¿no? Aunque ahora, sí lo sientes.

La cuestión es que estás sin curro, ya por tantos meses seguidos, que no se trata tan solo de apretarte el cinturón, sino que has tenido que hacer ya agujeros en él para que te de dos vueltas a la cintura. Y estar así, sin un duro, es algo que, al final, saca lo peor de una. 

Todo te sienta mal, y todo lo que hacen, o no hacen, tus amigos que aún conservan su puesto de trabajo, te sienta peor. No por tener trabajo les pasa de largo la crisis, claro, así que les escuchas quejarse de cómo ya no se pueden permitir ciertos lujos, que ya solo pueden salir a comer cada quince días e ir al cine una vez al mes; que no se compran ya nada de marca y cosas así. Mientras los escuchas, piensas que lo que ellos llaman crisis, hace tiempo que tú lo llamas lujo; que hasta ir a la playa que te gusta supone ya un esfuerzo porque son diez minutos de gasoil (veinte, contando la vuelta). 

Por eso, si un día te llaman para ir a la playa un rato, supones que no es mucho pedir que vayáis a la que tienes tú por costumbre, que es la más cercana. Realmente, lo que piensas es que ni siquiera deberían plantearse ir a otra, porque para ellos no supone (o eso crees) ningún coste insostenible acercarse a donde tú vas y no pensar que es lo mismo que tú vayas hasta otra playa más lejana. Ese día, te toca la moral esta situación y se te escapa el comentario: <<¡Qué poquito os movéis por mí, ¿eh?>> Sabes que les va a sentar mal, que es injusto echarles esto en cara cuando hace nada pudiste ir al teatro porque fueron ellos los que te regalaron la entrada. Pero, ¡carai!, es que tú preferirías que tuvieran en cuenta tu situación en los detalles de cada día y te brindaran su compañía sin tener que ser tú la que continuamente vas hasta su casa para verlos, antes que un regalo con el que solo disfrutas un día (por más que te encantara el regalo). 

Al final, ese día no fuiste a la playa. Colgaste el teléfono y te diste media vuelta en la cama refunfuñando y sumando un día más a los cuatro que ya llevas encerrada.

Luego, al día siguiente te llaman de nuevo para decirte que te vienen a visitar para tomar el té, si quieres, y supones que han caído en la cuenta, ya que, anteriormente en el pasado, ya tuvísteis esta conversación. En otro momento tenso en el que confesaste que estabas harta de ponerte en el lugar de tus amigos y de que tus amigos no se pusieran en el tuyo. En aquella ocasión te dijeron que debías pedir lo que necesitabas, que son unos despistados y bla, bla, bla... Pero, ¿es que no se dan cuenta de lo humillante que resulta tener que decir una y mil veces que no puedes gastar...? Inconscientemente pones escusas que a ti te suenan más honorables, pero la pura realidad es esa. Y te gustaría que ellos consiguieran estar por ti sin que tú tuvieras que decirlo, una y mil veces. Sí, te apetece tener compañía y hasta hacer unas galletas para recibirlos, pero al mismo tiempo no te apetece porque no puedes evitar estar resentida y sabes que no aguantarías un comentario, el que sea, que te podría sacar de quicio. Y, además piensas que no lo hacen de corazón, sino con algún extraño sentimiento de culpa y obligación. Así que anulas la reunión y te quedas un día más sola.

Tú creías que los amigos, los buenos amigos eran así, de los que no hacen falta demasiadas explicaciones.... Pero, quizás (empiezas a plantearte), los amigos no tienen que ser así. De hecho, a pesar de haberlo hecho durante mucho tiempo, ya tampoco tú cuidas a tus amistades como antes, ¿no?

Debe ser que la que maneja un concepto equivocado de la amistad eres tú. No cabe otra, porque si no, no tiene explicación todas las decepciones que te has llevado en la vida. Que ahora que lo piensas, ni siquiera en aquella maravillosa etapa de tu más tierna adolescencia, cuando tu amiga del alma y tú os escribíais cartas que podrían muy bien ser cartas de enamorados, sentiste que ella hacía por ti lo mismo que tú por ella. ¿Recuerdas lo que ocurría cada verano? Ella se iba al pueblo de sus padres a veranear y en dos meses no tenías noticias de ella. Una vez, te llamó desde su paraíso estival para contarte que se acordaba de ti y te dio un vuelco el corazón por la alegría. Luego te contó que estaba fatal porque había tenido un problema con su amorcito de verano, y tú, sabiendo  a tu amiga triste, ni corta ni perezosa agarras las pocas pesetas que has ahorrado de las pagas semanales y te las gastas en un billete de autobús para ir a darle una sorpresa y consolarla. Durante todo el viaje que te causa nauseas pues te sueles marear en coche, vas pensando que valdrá la pena por ver la cara de felicidad de tu amiga al verte. ¡Hasta le llevas sus bombones preferidos! Pero, al llegar, la buscas preguntando, aquí y allá, hasta dar con ella. Baja por una cuesta hablando y riendo con otra chica y al descubrir que estás allí, te pone una cara de sorpresa, pero no de alegría. <<¿Qué haces aquí?>>, te pregunta más irritada que agradecida. Pasas el fin de semana con ella y sus amigos del pueblo y te das cuenta de que solo te llamó porque tuvo un mal día, pero luego eso pasó y ya le sobraste. 

Aún así, no despertaste allí mismo del sueño de amistad que flotaba en tu mente. Te aferraste a este concepto muchos años más y, por culpa de medir a los amigos con esta vara desorbitada descartaste a muchos que, según este criterio, suspendieron demasiadas veces el examen. 

La vida se complica con los años y los motivos también se vuelven más graves, pero sea como fuere, has eliminado de tu vida a tantos que no estuvieron a la altura, que ahora te encuentras con que a penas si necesitas dedos para contar a los amigos que aún consideras como tal. Y eso, porque indudablemente has bajado el listón. 

Ahora, has cambiado de táctica, en vez de enfadarte con ellos, vas y te enfadas contigo. Entras una y otra vez en ese bucle autodestructivo en el que pareces divertirte tanto y, cuando algún amigo hace (o no hace) algo que te molesta, te dices que la culpa es tuya, que estás insoportable y que tienes lo que mereces. ¡Genial, Luan, genial! 

Bueno, chica, te voy a contar un secreto: Sí que existe esa amistad de la que te enorgullecías. Quizás solo tengas una amiga así en toda la vida, pero la tienes. Alguien que sabe lo que necesitas porque, basicamente, ella necesita lo mismo: vuestro mutuo cariño. Alguien a quien no necesitas dar explicaciones porque te conoce tanto y es tan sincero el amor que os tenéis que no caben las malas intenciones, ni los malos entendidos. Alguien que te coge la mano hasta cuando está en la distancia, y la sientes hasta cuando te deja tu espacio. Alguien con quien no te importa estar en silencio. Alguien con quien sientes paz aunque estés viviendo un infierno. Sabes que la tienes, ¿no? Y sabes perfectamente quién es.

Precisamente el hecho de que ella exista es lo que hace que te haya decepcionado todo aquel por quien creiste sentir lo mismo, y luego no fue. Sin embargo, es cierto que has sido injusta. No le pidas lo mismo al resto. Ella nunca te fallará y tú no la fallarás a ella. De los demás, solo espera ratos, momentos efímeros en los que disfrutarás si no exiges. Y dales exactamente lo mismo, no te excedas, porque no es cierto que una se conforme con dar. En el momento en que das, esperas recibir. Eso es así. Hasta aquellos corazones altruístas que se embarcan en voluntariados de cualquier índole esperan la recompensa de la satisfacción. No es malo, es humano y es necesario que sea así.