CAP 3: ¿POR QUÉ ES TAN DIFÍCIL DECIR LA VERDAD?

Si el otro día el espejo hablaba a Luan de cómo siempre acababa decepcionada con sus amistades por esperar de ellos lo que solo en su mente debe dar un amigo, hoy, un email inesperado le hace recordar una historia que, quizás por lo contrario, también ha acabado por hacerle daño. Porque ella siempre ha tenido muy claro lo que era Jack en su vida, y todo habría ido bien si él hubiera tenido los cojones de llamar a las cosas por su nombre. ¿Qué pasa? ¿Es que se pensaba que era algo deshonrroso? Mejor hubiera sido no tratar de hacer que algo que estaba bien como estaba tuviera un nombre que le quedaba grande, muy grande...

<<¿Qué le contesto>>, se pregunta aún con la boca abierta. Por lo visto, desde el día que contestó a su último mensaje Jack estaba enfadado y ofendido. <<¡No te jode! ¡Ahora soy yo la mala!>>. 

La sangre parece hervirle y le quema bajo la piel. Si no recuerda mal, tras haber recibido algún mensaje que otro para invitarse a su casa para visitarla y ella haberle contestado que no se encontraba con ánimos para recibirle, que está pasando una mala racha, que ella lo llamaría en cuanto tuviera ganas de pasar una noche salvaje, él, muy lejos de respetar sus deseos, le vuelve a escribir unos días más tarde otro <<¿cómo estás?>>, que le suena acertadamente a otro intento para tantear si la cosa ha cambiado y, por fin, puede echarle un polvo. En esta ocasión, Luan no tenía fuerzas ni para contestar con una negativa. Simplemente no contestó. 

Pero está claro, visto lo visto, que si deseas que alguien no te deje en paz, lo que tienes que hacer es ignorarlo. Esto, que no es cosa de tíos o tías, es algo generalizado en el ser humano, produce el efecto contrario. Es una cuestión de orgullo. Y ella lo entiende, porque en muchas ocasiones lo ha sufrido en sus propias carnes, aunque ya hace tiempo que aprendió la lección. La cuestión es que entendiendo que, al poco, Jack volviera a la carga con otro mensaje en el que preguntaba <<¿Es que te molesta que te pregunte?>>, ella optó por contestar: <<Pues sí que me molesta. No es que me moleste que me preguntes cómo estoy, es que estoy cansada de cotestar siempre lo mismo>>. No cree que fuera desagradable. En el mensaje volvía a explicarle que pasaba una racha mala y que tener que decir una y mil veces que la cosa no mejoraba no le hacía bien. 

Ya no recibió más mensajes, ni llamadas, ni nada. Parece que Jack había comprendido que necesitaba espacio, ¿no? Hummm, bueno Luan ya sospechaba que su silencio no era más que la consecuencia de que Jack se había tomado aquello como una ofensa hacia su persona. Y esta mañana, su email no había hecho más que confirmarlo. Y, si Jack fuera un amigo, un amigo que se preocupa por ella de verdad, ella entendería que se sintiera así. Pero lo cierto es que no lo es, aunque no sabe por qué estúpida razón tiene tanto pudor a llamar a las cosas por su nombre... Así que esta vez no se calla, esta vez, ahora, en caliente, le va a recordar cuál es la esencia de la relación que hay entre ambos. 

Se ha sentado frente al ordenador y las manos rabiosas teclean con avidez los recuerdos que le golpean la cabeza.

<<Jack, creo que no tienes motivos para ofenderte porque no desee en estos momentos verte. La verdad es que estás convirtiendo en algo personal lo que no lo es. A mí me ofende que tú me vengas con que eres mi amigo y que, si lo estoy pasando mal, quieres ayudarme. Eso no es cierto y es injusto que pretendas que, además de lo mal que lo estoy pasando por mis circunstancias actuales,  lo pase aún peor sintiéndome culpable por comportarme mal contigo. Si de verdad fueras mi amigo, te pondrías en mi lugar y no harías nada que me hiciera sentir peor. 

¿Qué? ¿Te molesta que te diga que no eres mi amigo? Bueno, para ser sincera creo que lo eres, pero solo para algo muy concreto. Eres un amigo con el que pasarlo bien en la cama. Y te aseguro que eso es fantástico. Hace muchísimos años que nos conocemos y siempre ha sido fantástico. Pretender que esto es otra cosa es un error. Yo, por desgracia, lo aprendí al de pensar lo contrario por tu culpa. 

Recuerdo que, cuando te conocí, me gustaste. Seguramente en ese momento si tus intenciones hubieran sido tener una relación de pareja conmigo, la hubiera tenido con gusto. Pero la cosa no fue por ahí. Yo lo asumí así y aunque, con los años, nuestra relación evolucionó hasta el punto en que el día que nos veíamos, como parte de los prolegómenos, compartíamos una cena y nos poníamos al día de nuestras vidas desde el último encuentro, nunca hubo nada más. Nunca fui, ni fuiste, protagonista de esos relatos; nunca un viaje compartido, nunca otro tipo de  juerga que no fuera la que ya estaba estipulada; ni siquiera nunca fue más que una noche y un desayuno, a veces con condimento, a la mañana siguiente. Eso, querido, no es una amistad. Aunque eso no significa que no te haya querido, porque siempre he deseado que todo te vaya bien y cuando he estado contigo, en esos momentos compartidos, nuestros besos y abrazos eran verdaderos. Por eso era tan bueno. 

Yo lo tenía muy claro, Jack, muy claro. Y, por eso, siempre te has sentido cómodo. Pero en una de tus visitas algo cambió. Traté de contarte lo que me estaba pasando, que no era agradable, y al darme cuenta de que me estaba poniendo más triste y profunda de lo que pensaba que podía permitirme contigo, reculé y te dije literalmente que mejor era no hablar, que tú no habías venido a verme para aguantar mis marrones. Y contestaste, ojalá no lo hubieras hecho. Me dijiste que no solo venías a verme por el sexo. Tu tono fue hasta ofendido y yo, por primera vez, te miré de otra forma. Me pregunté si no había sido injusta al pensar en ti solo para eso y hasta me sentí culpable por mi insensibilidad. Aquella noche te viví como nunca lo había hecho y te despedí con el pecho henchido de orgullo al creer que eras más de lo que por tanto tiempo había creído.

Desde entonces, cada vez que brindábamos por nuestra amistad, mi corazón latía con fuerza. Pero, claro, nuestra rutina nunca se modificó. Si tenías algún problema nunca me llamaste para contar conmigo, y si yo lo tuve, pues, tampoco eras tú con quien pensaba en contar. Supongo que, entre otras cosas, porque la distancia no hacía fácil que fuera así. O, al menos, eso era lo que siempre pensé. Hasta que un buen día, la casualidad me llevó a trabajar a tu pueblo. Me habías hablado alguna que otra vez de lo bueno que sería si me mandaran a trabajar a algún sitio más cerca de ti. Así que cuando supe que mi destino estaba en tu propio pueblo, te llamé loca de contenta. A efectos prácticos, pensé, además,  teniéndote allí podría pasar uno o dos días en tu casa para poder buscar piso con tranquilidad, y, al pedirte el favor, me dijiste que nada de buscar ningún sitio, que podría quedarme contigo. No fui yo la que lo propuso, no fui yo.

Pero no fue bien. No estabas en tu mejor momento, según me contaste, y yo, entendiendo por mi propia experiencia que quizás no desearas compañía, te pregunté nuevamente en unas cuantas ocasiones más si no preferías estar solo. Negaste en cada ocasión y yo  pensé en cómo agradecer tu hospitalidad, cocinando para ti, limpiando la casa y tratando de que todo estuviera perfecto cuando regresabas del trabajo. Sentí que todo cuanto hacía te molestaba, sin contar que no me pusiste ni un dedo encima en los días en los que dormí en tu cama.

Me fui en poco más de una semana, sin que me echaras con palabras aunque sintiendo que era lo que querías. Además de confusa. Tratando de comprender si yo había hecho algo malo para recibir por tu parte tanta indiferencia. Y, de repente, todo cambia. En el momento en que me alquilo piso se te vuelve a despertar la libido y vienes a verme para acostarte conmigo. Quise creer que realmente es que ya estabas mejor, pero la coincidencia de este hecho con el que me fuera de tu casa me dejó todavía más liada en mis emociones. No ayudó que no vinieras a despedirte de mí el día en que se me acabó el trabajo. No lo hizo el que luego que me fuera no supiera más de ti hasta dos semanas después y porque cioincidimos conectados en el messenger. Nuestra conversación acabó mal porque te expuse cómo me había sentido y tú me acusaste de cosas que no podía creer que me estuvieras diciendo. 
No me mientas, solo conseguirás dañarme.

Un año y siete meses más tarde te pusiste de nuevo en contacto conmigo. Parecías no entender aún qué pasó y traté de explicártelo nuevamente. Me pediste perdón. Lo acepté y nos volvimos a encontrar. Pero en ese lapsus de tiempo que duró nuestra separación, Jack, yo tuve ocasión de reflexionar. Sufrí por la decepción que supuso para mí todo aquello, pero, al final, volví al origen, el problema estuvo al pensar que eras otra clase de amigo. Esa clase de amigo al que sí que le pediría alojarme en su casa. Tú no lo eras y si no me hubieras hecho pensar en ti de otra forma, nunca hubiera ocurrido nada de aquello. Porque cuando clasificas a las personas de tu vida de una forma u otra, no solo lo haces por gusto de ponerle etiqueta a la relación, sino para saber cuáles son los límites. Yo lo tenía muy claro hasta que tú trataste de convencerme de lo contrario, solo por no aceptar esa relación tal y como era. Quizás porque pensabas que una tía no puede vivir el sexo sin que haya algo más. Yo creo que sí lo somos, lo único que no podemos es lidiar con las falsedades. Y, que conste, que no creo ni siquiera que lo hagas de manera consciente, es a lo que nos tiene acostumbrada esta sociedad en la que vivimos.

Volví a reencontrarme contigo y volvió a ser estupendo, pero en mi mente, la decepción ya no pudo borrarse. Porque hasta que volví a recolocarte adecuadamente en mi cabeza, sufrí. Sufrí mucho por ti. No obstante, creí que podría borrar ese resquemor. Y, seguramente estaría borrado si no fuera porque este año lo estoy pasando muy mal. Ahora, la vida de Luan está tan desbaratada que apenas si tengo fuerzas para levantarme de la cama cada día. No estoy contenta por nada, mis ilusiones están bastante rotas y el sentimiento que me acompaña hasta que consigo dormirme es el miedo, el miedo a saber cómo voy a sobrevivir. Así que no tengo apetencia sexual, para lo único para lo que te llamaría a ti. ¿Lo entiendes? Y lo tengo claro, si esta pesadilla pasara y volviera alguna vez a tener libido, que ahora no es que esté baja, es que no existe, probablemente te llamaría. Para celebrarlo por todo lo alto; He sido clara contigo al respecto y no necesitaba una frase de esas con la que se queda muy bien pero que tan solo hace daño si te la crees. Justo lo que una vez más haces por no aceptar como bueno lo que hay entre nosotros, a pesar de que es lo único que siempre has deseado que haya: me llamas un día y me dices otra vez que no solo estás para eso, que puedes venir a verme solo para estar conmigo... Casi caigo otra vez en la trampa. Pero no has venido. En vez de eso, me has vuelto a mensajear periódicamente para ver si ya había salido del periodo oscuro... ¿Para qué? ¿De verdad me vas a decir que lo único que te mueve a preguntar es tu preocupación por mí? Yo no lo creo, Jack. Pienso que preguntas para ver si ya puedes venir a echar un polvo. Y, te juro que me molestaría menos, vaya, no me molestaría en absoluto, si fueras sincero con eso. Pero el que quieras usar la palabra amistad como escusa me jode. Me jode un montón, tío, porque no sabes la falta que me hace un amigo a mi lado ahora. Pero un amigo de verdad.>>.

Luan terminó de escribir su carta. Se ha vaciado y ahora respira sin rencor. Su dedo sobre el ratón tiembla en el último momento. En unos instantes su correo puede llegar a Jack y lo leerá y quizás la entienda y entienda que no quiere que se ofenda sino que comprenda que cada uno de nosotros tenemos una función en la vida de los demás y que no siempre es la misma. Ella sabe lo que siempre ha sido para él y no lo ve mal. Lo único que siempre ha pedido es que no jueguen con sus sentimientos. ¿Por qué es tan difícil decir la verdad? 

Pulsa el botón del ratón:  mensaje cancelado.

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