CAP 2: QUIÉN TIENE UN AMIGO... ¿TIENE UN TESORO?

Desde luego, Luan, cuando te da por el ostracismo, eres única.

Una semana menos un día recluida en casa. Sin ver a nadie, sin más compañía que la de tu gata y, por supuesto, tus comederos de tarro.

Bien sabes que eso no es bueno... eso de quedarse tanto tiempo a solas con tus reflexiones tiene consecuencias negativas bien conocidas por ti... Haces montañas de granos y, haga Sol o esté nublado, tú lo ves todo gris, gris oscuro tirando a negro.

Te dices que de vez en cuando viene bien estar con una misma, para aclararse con la vida, pero, chica, es que este año has tenido retiros espirituales para cubrir el expediente de toda tu vida. Y ya se sabe que todo en exceso...

Además, lo de reflexionar sobre tus sentimientos y actitudes en unas circunstancias como la que ahora estás viviendo, hacen que tus conclusiones no sean objetivas precisamente. O, al menos esto es lo no te queda otra que creer para justificar toda la mierda en la que vuelven tus conclusiones. Es mejor pensar que todo lo ves así de negro por las condiciones mediambientales, que eso de estar en paro ejerce este tipo de visión fatalista del mundo. Que en realidad tú no piensas así, ¿no? Aunque ahora, sí lo sientes.

La cuestión es que estás sin curro, ya por tantos meses seguidos, que no se trata tan solo de apretarte el cinturón, sino que has tenido que hacer ya agujeros en él para que te de dos vueltas a la cintura. Y estar así, sin un duro, es algo que, al final, saca lo peor de una. 

Todo te sienta mal, y todo lo que hacen, o no hacen, tus amigos que aún conservan su puesto de trabajo, te sienta peor. No por tener trabajo les pasa de largo la crisis, claro, así que les escuchas quejarse de cómo ya no se pueden permitir ciertos lujos, que ya solo pueden salir a comer cada quince días e ir al cine una vez al mes; que no se compran ya nada de marca y cosas así. Mientras los escuchas, piensas que lo que ellos llaman crisis, hace tiempo que tú lo llamas lujo; que hasta ir a la playa que te gusta supone ya un esfuerzo porque son diez minutos de gasoil (veinte, contando la vuelta). 

Por eso, si un día te llaman para ir a la playa un rato, supones que no es mucho pedir que vayáis a la que tienes tú por costumbre, que es la más cercana. Realmente, lo que piensas es que ni siquiera deberían plantearse ir a otra, porque para ellos no supone (o eso crees) ningún coste insostenible acercarse a donde tú vas y no pensar que es lo mismo que tú vayas hasta otra playa más lejana. Ese día, te toca la moral esta situación y se te escapa el comentario: <<¡Qué poquito os movéis por mí, ¿eh?>> Sabes que les va a sentar mal, que es injusto echarles esto en cara cuando hace nada pudiste ir al teatro porque fueron ellos los que te regalaron la entrada. Pero, ¡carai!, es que tú preferirías que tuvieran en cuenta tu situación en los detalles de cada día y te brindaran su compañía sin tener que ser tú la que continuamente vas hasta su casa para verlos, antes que un regalo con el que solo disfrutas un día (por más que te encantara el regalo). 

Al final, ese día no fuiste a la playa. Colgaste el teléfono y te diste media vuelta en la cama refunfuñando y sumando un día más a los cuatro que ya llevas encerrada.

Luego, al día siguiente te llaman de nuevo para decirte que te vienen a visitar para tomar el té, si quieres, y supones que han caído en la cuenta, ya que, anteriormente en el pasado, ya tuvísteis esta conversación. En otro momento tenso en el que confesaste que estabas harta de ponerte en el lugar de tus amigos y de que tus amigos no se pusieran en el tuyo. En aquella ocasión te dijeron que debías pedir lo que necesitabas, que son unos despistados y bla, bla, bla... Pero, ¿es que no se dan cuenta de lo humillante que resulta tener que decir una y mil veces que no puedes gastar...? Inconscientemente pones escusas que a ti te suenan más honorables, pero la pura realidad es esa. Y te gustaría que ellos consiguieran estar por ti sin que tú tuvieras que decirlo, una y mil veces. Sí, te apetece tener compañía y hasta hacer unas galletas para recibirlos, pero al mismo tiempo no te apetece porque no puedes evitar estar resentida y sabes que no aguantarías un comentario, el que sea, que te podría sacar de quicio. Y, además piensas que no lo hacen de corazón, sino con algún extraño sentimiento de culpa y obligación. Así que anulas la reunión y te quedas un día más sola.

Tú creías que los amigos, los buenos amigos eran así, de los que no hacen falta demasiadas explicaciones.... Pero, quizás (empiezas a plantearte), los amigos no tienen que ser así. De hecho, a pesar de haberlo hecho durante mucho tiempo, ya tampoco tú cuidas a tus amistades como antes, ¿no?

Debe ser que la que maneja un concepto equivocado de la amistad eres tú. No cabe otra, porque si no, no tiene explicación todas las decepciones que te has llevado en la vida. Que ahora que lo piensas, ni siquiera en aquella maravillosa etapa de tu más tierna adolescencia, cuando tu amiga del alma y tú os escribíais cartas que podrían muy bien ser cartas de enamorados, sentiste que ella hacía por ti lo mismo que tú por ella. ¿Recuerdas lo que ocurría cada verano? Ella se iba al pueblo de sus padres a veranear y en dos meses no tenías noticias de ella. Una vez, te llamó desde su paraíso estival para contarte que se acordaba de ti y te dio un vuelco el corazón por la alegría. Luego te contó que estaba fatal porque había tenido un problema con su amorcito de verano, y tú, sabiendo  a tu amiga triste, ni corta ni perezosa agarras las pocas pesetas que has ahorrado de las pagas semanales y te las gastas en un billete de autobús para ir a darle una sorpresa y consolarla. Durante todo el viaje que te causa nauseas pues te sueles marear en coche, vas pensando que valdrá la pena por ver la cara de felicidad de tu amiga al verte. ¡Hasta le llevas sus bombones preferidos! Pero, al llegar, la buscas preguntando, aquí y allá, hasta dar con ella. Baja por una cuesta hablando y riendo con otra chica y al descubrir que estás allí, te pone una cara de sorpresa, pero no de alegría. <<¿Qué haces aquí?>>, te pregunta más irritada que agradecida. Pasas el fin de semana con ella y sus amigos del pueblo y te das cuenta de que solo te llamó porque tuvo un mal día, pero luego eso pasó y ya le sobraste. 

Aún así, no despertaste allí mismo del sueño de amistad que flotaba en tu mente. Te aferraste a este concepto muchos años más y, por culpa de medir a los amigos con esta vara desorbitada descartaste a muchos que, según este criterio, suspendieron demasiadas veces el examen. 

La vida se complica con los años y los motivos también se vuelven más graves, pero sea como fuere, has eliminado de tu vida a tantos que no estuvieron a la altura, que ahora te encuentras con que a penas si necesitas dedos para contar a los amigos que aún consideras como tal. Y eso, porque indudablemente has bajado el listón. 

Ahora, has cambiado de táctica, en vez de enfadarte con ellos, vas y te enfadas contigo. Entras una y otra vez en ese bucle autodestructivo en el que pareces divertirte tanto y, cuando algún amigo hace (o no hace) algo que te molesta, te dices que la culpa es tuya, que estás insoportable y que tienes lo que mereces. ¡Genial, Luan, genial! 

Bueno, chica, te voy a contar un secreto: Sí que existe esa amistad de la que te enorgullecías. Quizás solo tengas una amiga así en toda la vida, pero la tienes. Alguien que sabe lo que necesitas porque, basicamente, ella necesita lo mismo: vuestro mutuo cariño. Alguien a quien no necesitas dar explicaciones porque te conoce tanto y es tan sincero el amor que os tenéis que no caben las malas intenciones, ni los malos entendidos. Alguien que te coge la mano hasta cuando está en la distancia, y la sientes hasta cuando te deja tu espacio. Alguien con quien no te importa estar en silencio. Alguien con quien sientes paz aunque estés viviendo un infierno. Sabes que la tienes, ¿no? Y sabes perfectamente quién es.

Precisamente el hecho de que ella exista es lo que hace que te haya decepcionado todo aquel por quien creiste sentir lo mismo, y luego no fue. Sin embargo, es cierto que has sido injusta. No le pidas lo mismo al resto. Ella nunca te fallará y tú no la fallarás a ella. De los demás, solo espera ratos, momentos efímeros en los que disfrutarás si no exiges. Y dales exactamente lo mismo, no te excedas, porque no es cierto que una se conforme con dar. En el momento en que das, esperas recibir. Eso es así. Hasta aquellos corazones altruístas que se embarcan en voluntariados de cualquier índole esperan la recompensa de la satisfacción. No es malo, es humano y es necesario que sea así.

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