CAP 4: UNA MUJER NO DEBE SER NECESITADA


Oye guapa, conmigo no te enfades. Que yo solo soy tu espejo y lo único que hago es reflejar tus pensamientos. No tengo la culpa de que últimamente te haya dado por purgar tus tripas saturadas de historias que te han ido atascando los intestinos del alma.

También he estado aquí las pocas, pero reales, etapas de tu existencia en las que flotabas en la Dolce Vita, cuando todas tus sensaciones estaban falsamente teñidas de rosa. Estuve entonces, y estoy ahora cuando pretendes pintarlo todo de negro. ¡Así que deja de aporrearme!

Pero quizás sea bueno que te vacíes así, todo de golpe, como si estuvieras bajo los efectos de un potente laxante. Quizás cuando termines, sientas la misma grata y liviana sensación, y quizás entonces, vuelvas a tener espacio para dejar que te ocupe otro sentimiento.

<<-¿Qué está pasando?>>. Ya había amanecido pero para vosotros comenzaba la fiesta. Trabajabas en una discoteca que cerraba sobre las seis de la mañana y, a veces, tras recoger y cerrar el local ibas con todos los compañeros, esos que durante un tiempo fueron como una familia para ti, a que os pusieran unas copas a vosotros, para variar, en lo único que quedaba abierto a esas horas, un after en el que solo podías encontrar dos cosas, o camareros como vosotros, o fiesteros a los que aún no se les había pasado el efecto de las drogas ingeridas durante la noche.

Te lo cruzaste al salir de aquel baño en el que contuviste la respiración porque casi podías ver el polvo de coca mezclado en el aire. Os mirasteis y supiste que ese compañero tuyo se sentía atraído por ti igual que tú lo hacías por él. Después, al recordar tu original frase te sentiste estúpida más de mil veces, pero sabes que en ese momento fue oportuna, estuvo bien, pegaba, era lo propio. Cuando él te preguntó, tú le respondiste: <<¡Química!>>.

Y así empezó todo. Era misterioso, piel curtida pero suave, dorados ojos que caían ligeramente tristones y profundos, labios carnosos que pedían ser besados cada vez que su boca hablaba con aquella voz aspirada y baja que te envolvía cuando la dirigía a ti. Era magnético. Todos parecían respetarlo y aceptarlo como líder sin que él se esforzara lo más mínimo. Y se fijó en ti. ¿Podría haber algo más halagador? Pues sí, mucho más. Que te mostrara su vulnerabilidad.

Ahora crees que ésta siempre ha sido una máxima para tus relaciones, el sentirte necesitada. Y también ahora comprendes que probablemente éste haya sido el gran error de todas ellas. Lo que debieras haber buscado desde el principio es sentirte amada. Confundías (y aún lo haces, no lo niegues) el afán por sentirte útil, con el amor. Así te ha ido. En todos los casos, lo que ocurre es simple: mientras que el objeto de tu romance te necesita y tú entregas media vida por complacerlo, todo va sobre ruedas; pero, llega un momento en el que consciente o inconscientemente tus necesidades se hacen también notar y, entendiendo que eso es lo bueno de estar en pareja, esperas que esa persona por la que tanto diste, te pague con la misma moneda… ¡Uy1¡Uy! ¡Uy! Pero empiezas a mostrarte frágil, a ser tú la que reclamas el tiempo y la atención y los mimos y la paciencia y la consideración…y entonces, no comprendes su respuesta, piensas que él se sentirá igual de satisfecho que tú al serte útil, pero lo que encuentras es que te conviertes en una mochila cargada de pesadas piedras en la espalda del caballero. Ya no molas tanto, ¿no?

Todavía recuerdas sus frases, las que te llegaron al alma, las que, sin duda, te enamoraron: <<-Bendita seas por haber nacido>>, y ésta, solo la primera noche en la que compartisteis el lecho.Así puso punto y final al acto amoroso. Ni abriste la boca, no pudiste. ¿Qué se contesta cuando alguien te dice semejante cosa? Solo sonreíste de oreja a oreja sintiéndomás satisfacción por escuchar aquello, que por lo que el sexo te hubiera proporcionado. Te quedaste dormida en sus brazos y el eco de esa frase te sirvió de nana.

Otra noche, en su coche, antes de despediros y sin que tú consiguieras advertir a qué venía aquel momento trascendental, te miró a los ojos antes de arrancar y  te suplicó: <<-No me hagas daño>>. Otra vez te quedaste a cuadros, <<si siempre me lo hacen a mí>>, pensaste, así que le contestaste con la misma seria súplica: <<-No me lo hagas tú a mí>>.

Pero te lo hizo, ¿verdad?

Claro, es que nunca se dijo que fueseis novios ni se habló de un contrato de fidelidad... Y tú, por no perder a ése que tan especial creías, volviste a tragar carretas y carretones. Que no era la primera vez que, por no creer que tú mereces todo, te conformaste con recibir lo que él quiso darte, que fue bastante poco.

Te diste cuenta de que consumía drogas, pero tú ya estabas enganchada a la más dura, a él, o a la necesidad de tener un “él”. Te causaban repulsa todos quienes veías bajo los efectos psicotrópicos, pero estabas ciega ante los efectos que causaban en él. Y es que, qué gran verdad tiene el refrán ese que advierte que no hay mayor ciego que el que no quiere ver. Hizo falta mucho más que aquel día en el que te dejó colgada en aquella cena en la que tanto esmero pusiste. Invitaste a todos tus compañeros, solo faltó él, pero a pesar de que ya habían pasado más de cuatro horas y estaba claro que no acudiría, le reservaste su plato en la mesa y apartaste su comida por si llegaba. Mientras que lo que tenías que haber pensado era en haberle cerrado la puerta en las narices si se hubiera presentado, cosa que no hizo. No, tú, mientras sufrías por su ausencia, ya lo estabas perdonando.

Hizo falta mucho más que verlo flirtear con clientas de la disco y tener que imaginar que esa noche que te ponía la escusa a ti para no dormir juntos, la pasaría con alguna de ellas. Hasta te hiciste amiga de uno de sus ligues porque le hizo a ella lo mismo que a ti, y encima le agradecisteis el haceros amigas. ¿Lo recuerdas? Tras haber pasado una noche que se hizo mañana y sobremesa en su cama, de repente se acuerda de que había quedado en una hora con Rebeca, <<-¡Maldita sea! Se me olvidó>>, y te lo cuenta encima. Te vuelves a quedar helada en pleno verano y tras escucharle decir que daba igual, que no iría, te incorporas e, imaginándote que eres tú la que se queda plantada en aquella rotonda donde debía recogerla, le dices: <<¿Dónde hay que ir? Yo la recojo y la traigo hasta aquí>>. ¿Serás gilipollas? Eso es lo que vas pensando en el coche mientras te acercas a recoger a la chica. La pobre sube al auto, con las cejas levantadas expresando la misma sorpresa inaudita que tan bien conoces tú misma. Por el camino de regreso a su casa os contáis media vida y congeniáis al instante. ¿Surrealista? Nada comparado con la escena siguiente en su apartamento. Él saluda y se disculpa porque está cansado, os dice que podeis ver una película en su salón mientras se vuelve a la cama: “Mensaje en una botella”. Os sentáis, comenzáis a ver la película y casi al final, véis que se levanta, va a la cocina, se prepara un café y coge algunos trozos de papel de cocina. Va hacia la terraza y al pasar por delante de vosotras os deja, sin decir nada, un trozo de papel a cada una. Os miráis extrañadas y continuáis viendo el final de la película romántica. Se os saltan las lágrimas con el desenlace y, por fin, entendéis lo de las servilletas. Luego, te despides de Rebeca y de él y los dejas a solas.

Pues tampoco fue esto lo que te sirvió para poner punto y final a esta relación. Aún tuviste que pasar por la tortura que supuso para ti la entrada a trabajar en la disco de una nueva chica. Una niñilla a la que él no pudo dejar de seducir porque, ahora lo sabes, ese tipo de tíos necesitan autoafirmarse con sus continuos ligues. En realidad se consideran a sí mismos basura y solo el hecho de que la chavala de turno lo considere especial les permite sobrevivir sin volverse locos. Pero saben que, en seguida, su verdadera realidad será descubierta, por eso deben buscar un nuevo espécimen que le devuelva la sensación primera que causa.

Sin embargo, esta vez, con ella, no fuiste tan complaciente. No se trataba de alguien a quien no tuvieras que ver continuamente y en tu territorio. La disco, al menos, era el lugar donde tú eras la protagonista. Trabajar en otras condiciones se haría, como se hizo, insoportable. Tanto, que te fuiste.

Y aún así, tampoco ella fue el punto y final a lo vuestro. Decidiste que no lo mantendrías como pareja, pues estaba claro que él no te consideraba como tal, ahora bajaste aún más tus aspiraciones y te convertiste en una amiga con derecho a roce. Y te obligaste a verlo del mismo modo y a dejar de sentir por él, o sea, a engañarte a ti misma.

Una noche que saliste con una amiga, te lo encontraste, parecía echarte de menos y te propuso veros a la mañana siguiente en su casa. Accediste porque era embriagador sentirte deseada por él. Acudiste. Tocaste a tu puerta y no abría, pero lo escuchabas roncar tras la ventana, así que insististe, insististe… insististe.

Abrió la puerta con los ojos pegados, pasaste, te insinuaste en el salón y te bailó el agua en el sofá. <<-Vamos a la cama>>, le dijiste. <<-¿Para qué? Aquí se está bien>>, contestó. Un poco más tarde repetiste la propuesta pues en el salón hacía frío. Te dijo: <<En la cama hay otra>>, y te sonrió, así que lo miraste y creíste que bromeaba, no podía estar hablando en serio. <<-Anda, vamos, no seas tonto>>, le contestaste. Y en la habitación… no había nadie. <<-¡Mira que te gusta hacerme sufrir!>>, le regañaste con cariño mientras te metías en su cama y continuabas con los besos. Y entonces…, de repente supiste que sí que había alguien. Paraste en seco el juego sexual y le dijiste: <<-Voy al baño>>, a lo que él respondió: <<-¡Qué lista!¡Ya lo has descubierto!>>.

Y así fue como la descubriste detrás de la puerta del baño, en pelota picada. Era la tía más fea y sucia que habías visto nunca. Hasta te dio pena. Le dijiste con toda la frialdad de la que pudiste hacer acopio que volviera a la cama que se estaba quedando helada. Ella se negó balbuceando alguna estúpida e incómoda respuesta. Te diste la vuelta tras soltarle un "allá tú"" y volviste con él. Aparentaste que no te importaba lo más mínimo lo que estaba pasando y seguiste con las caricias por donde lo habías dejado. Ella regresó al cuarto, pues ya no tenía sentido esconderse, recogió su ropa, que ahora sí viste esparcida por el suelo, y se fue. Entonces, cuando ella ya no estaba, te levantaste, te vestiste y te largaste de allí para siempre. Todavía recuerdas los arañazos que te hiciste con el estropajo con el que te restregaste al llegar a tu ducha.

A las dos noches, lo volviste a ver frente a un garito. Se te acercó. No sabía cómo pedir disculpas. No le dejaste, le dijiste que no importaba, pero que ya no volverías a acostarte con él. Te dijo: <<- Eres puro pulmón>>. Aún te preguntas qué quiso decir con eso.

Después, alguien te contó que acabó aquella noche con esa tía a cambio de cocaína. Se te revolvieron las tripas una vez más. Supiste que habías hecho lo correcto y ya no volviste a estar ciega sobre los efectos que la droga tenía sobre él.

Lo lloraste. Mucho tiempo, una vez más. Volviste a sentirte sola y hundida. Otra historia que destrozaba algo más tu ingenuo corazón ávido de amar y ser amado.

Pero pasaron los años y te curaste de él. Ayudó el que vuestros caminos se separaran por doscientos y pico kilómetros de carretera (una vez más poniendo asfalto de por medio), y un buen día te llamó y te invitó a acompañarlo a un viaje. No sabes bien por qué, pero lo hiciste. Y lo cierto es que fue estupendo. Estaba diferente, tenía un trabajo con horario diurno y parecía haber dejado de consumir. Quería resarcirte. Hablasteis y te pidió perdón por todo cuanto hizo en la época que compartisteis. Incluso quiso que le recordaras algunas porque en su mente solo había nebulosas. Al final, aunque ya el tren pasó, te alegraste de que él no fuera una basura; solo un alma rota que equivocó demasiado su camino, y sí que necesitaba ayuda, pero tú no podías dársela. Quizás, piensas, fuiste soberbia al pensar que eras la solución para su corazón confuso. Ahora, que te has vuelto más humilde, sabes que solo uno mismo puede rescatarse de su propia confusión viajando desnudo hasta el origen, y, por eso, sabes  que una mujer no debe conformarse con ser  necesitada, debe ser amada.

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