CAP 8: LUAN 3.0



¡Cómo no! Tarde o temprano tenías que intentarlo. Nunca te ha parecido que eso de internet fuera para ti, y menos para conocer a alguien, pero hay veces que el aburrimiento llega a ser aplastante y si las posibilidades de socializar están reducidas por lo que sea, es un camino fácil para contactar con alguien, ¿no? No es que tus expectativas sean inalcanzables, hoy te basta con encontrar una voz amable al otro lado de la pantalla que comparta un poco tu soledad y  te haga olvidar un poco la última decepción.
Tras registrarte sin mucho afán en una de las miles de páginas de contacto que existen en este cibercomercio, realizas una búsqueda entre los perfiles de otros tantos que, como tú, andan con sus particulares intenciones en la red. El proceso de descarte, que es amplio, se ve continuamente interrumpido por solicitudes que empiezan a invadirte para contactar contigo. Mirando las fotografías de esos tipos te empiezas a dar cuenta de que el mundo está lleno de desesperados y de pervertidos. Te dan pena los que van de románticos, sinceros y dispuestos a bajarte la luna por un beso; no porque no desearas que alguien se enamorara locamente de ti de esa manera, sino porque no crees  ya que haya un hombre que sienta así, y lo que es peor, tampoco crees que haya mujer que se crea a un hombre así. Te dan asco los que, se declaran en pareja, pero buscan explícitamente sexo discreto y, por desgracia, hay mucho  de esta segunda clase.
Te decantas, inocentemente a pesar de todo, por algunos que dicen buscar solo amistad, porque en realidad, lo que buscas es precisamente esto, alguien con quien quedar para ir a tomar una copa, que si estás en esa página perdiendo el tiempo no es para que todo se quede en algo virtual, que lo que quieres es salir a la calle, es vivir, pero vivir de verdad. Bueno…
Pronto te das cuenta de que los que más mienten son estos últimos, porque del “Hola, ¿qué tal?”, en seguida te están preguntando por el color y la forma de tus bragas. O mucho han cambiado las cosas entre los amigos o no van buscando precisamente amistad. En fin, después de cortarle el rollo a tres o cuatro, te empiezas a preguntar si no sería mejor ponerte a ver una película, pero también te preguntas si no serás tú la que se engaña en cuanto a tus propias intenciones. ¿Realmente estás buscando un amigo? ¿No estarás buscando lo mismo que ellos? Reconócelo, amigos ya tienes, lo que quieres es que alguien llene el gran vacío que sabes que hay ahora en tu cama. Así que, tras sincerarte contigo misma, cambias de estrategia y das una nueva oportunidad al siguiente contacto. Parece un chico guapo y simpático, vive cerca de tu casa, así que fácil para quedar con él en un momento determinado. Bien, vamos allá…
Pues tampoco chica, parece mentira, pero ni ofreciendo lo que se supone que todos esos tipos buscan, tienes suerte en este medio.
 Para no causar confusión, le hablas con total crudeza y le cuentas al tipo que no esperas más que alguien con quien poder divertirte. Alguien con quien congeniar a nivel sexual para tener buenos ratos, exentos de problemas. Confiesas que no crees que esas páginas sirvan para encontrar verdaderas relaciones y, que en todo caso, si algo así  sucediera, sería después, una vez que el contacto sea fuera de la red. El chaval, totalmente de acuerdo, comienza a hablar de sí mismo y decides que no está mal. Quiere divertirse también, tiene conversación agradable y, sobre todo, te hace reír y te enciende en algunos momentos la libido.
Le das tu teléfono y comienzas a recibir mensajes  a diario que te alegran el día, cada vez más
calentitos, te abren el apetito y realmente comienzas a contar las horas para veros en persona. Y, cuando por fin ya solo quedan un par de días para la cita que habéis programado, todo cambia de repente. Sin causa aparente desaparece del mapa. Le mandas mensajes y su falta de respuestas comienzan a hacerte pensar que algo raro está ocurriendo. Por supuesto, después de lo último que ha acontecido en tu vida, no estás dispuesta a que ningún tipo te haga daño de ninguna manera así que le envías un último mensaje poniendo punto y final a algo que ni siquiera ha empezado y muestras en él tu indignación, pues nuevamente no entiendes por qué no son claros contigo. Se suponía que iba a ser una diversión y en menos que canta un gallo ya has sentido, primero, preocupación, y segundo, enfado… No, no, no, tú no estás para eso. Así que adiós.
Entonces, ese último mensaje, recibe respuesta. El chico te cuenta que ha ocurrido algo que le tiene mal, pero no te puede dar más explicaciones. ¡Ya estamos con los misterios! Te pones en plan chula, que ya está bien de que te tomen el pelo, le dices que si hay otra que a ti te da igual, que no tiene compromiso contigo, pero que no te quieres comer marrones. Él te asegura que no es nada de eso, y entonces tu imaginación se pone en lo peor: ¿una pelea?, ¿problemas de drogas?, ¿las dos cosas? Sea lo que sea te empieza a echar para atrás, porque el chico que solo quería divertirse, comienza a desvelarse como un problema en potencia.
Sí, deberías hacer caso a tus tripas, si siempre pasa igual… Oye, pero nada, siempre aparcas las advertencias, aunque sean de luces de neón.
Llega el día. Piensas que, al menos, saldrás un rato y cenarás en algún sitio agradable… ¡¡Ja!!
Cuando toca decidir dónde iréis el chaval te cuenta que está  en paro, que no se puede permitir  salir a cenar… En fin, sabes bien lo que es eso y no vas  a ser tú la que condenes a nadie por no tener  pasta. Tampoco podéis quedar en su casa porque vive con sus padres, así que pones la cena y la casa, ¡qué le vamos a hacer!
Lo que no puedes es poner el entusiasmo además…  pero lo pones.
Intentas indicarle tu domicilio y, en vez de prestar atención, el chaval te dice que cuando esté cerca te da el toque para que lo llames (que tampoco tiene saldo en el móvil) y ya le vas diciendo. Bueno… vale… Mientras, te bajas a la calle para esperarlo. ¡Ja!
No suena el móvil, no suena, no suena… Decides llamarlo cuando calculas que debe estar cerca ya. ¡Sin cobertura o apagado! ¡Lo que faltaba! Llamas algunas veces más y, por fin, te responde, te dice que se está quedando sin batería… ¡No te lo puedes creer!
Cuando te dice por dónde, va te das cuenta de que se ha perdido, así que decides ir a buscarlo a un punto cercano conocido, le dices que se dirija hacia allí. Él va en coche, tú andando… en tacones y cuesta arriba. Es pleno invierno pero ya estás sudando y algo cabreada por lo estúpido del asunto. De pronto un coche pasa por tu lado y te das cuenta de que tiene que ser él. Él también se da cuenta, pero en vez de parar y recogerte, te pasa de largo para dar la vuelta en la rotonda que hay más arriba, dejándote a cuadros, pensando que como poco es gilipollas. No lo puedes evitar, cuando  por fin subes en su coche, lo primero que le sueltas  es que muy listo no es. ¡Menuda forma de empezar la noche!
Y, minutos más tarde, aparca el coche y os bajáis de él… Te dijo que no era muy alto, pero a ti te pareció que 1,70 tampoco estaba mal, que tampoco tú eres una farola. Pero mintió o no sabe lo que es un metro. Ya no lo tienes tan claro después del despliegue de inteligencia que ha hecho el tipo hasta el momento…
Decepcionada ya en dos de los tres puntos básicos mínimos que te atraen de un hombre: inteligencia y físico, aún le das tregua esperando que, al menos, ese punto canalla que te ha ido calentando los días previos, se ponga de manifiesto en la velada y tengas una buena noche de sexo, aunque ya tienes claro que más de una no va a haber…
Pero, qué horror de cena, ¿no?
Aquel pícaro divertido debió de ser un hermano gemelo o algo así, en frente tuya contemplas y escuchas a un triste. ¡Otro triste! Sin comerlo ni beberlo te encuentras dando consuelo al desconocido, sacando palabras de aliento para tratar de animarlo y, de camino, salvar la noche, pero la noche ya no tiene remedio, eso lo sabes muy bien. Para colmo, su torpeza va de mal  en peor. No le gusta el vino, la mejor comida para él es la comida china, desprecia  tu profesión y lo dice abiertamente y, como guinda del pastel, te dice que no hay nada que le ilusione. Literalmente te suelta: “¿Tú te crees que me hace ilusión quedar con una tía y echar un polvo?”
¡Se acabó! Aquí ya te plantas. ¿Qué coño hace entonces en tu casa? Te olvidas de tu cortesía y te plantas en jarras delante del tipo:
“Mira chaval, he aguantado tus misterios, tu falta de educación al no contestar mis mensajes, tu torpeza a la hora de quedar, tu mentira en cuanto a tu descripción física, lo patético de ni siquiera invitarme a cenar, hasta tu tristeza que amargaría a la mismísima Campanilla… pero que desprecies el sexo que supuestamente íbamos a tener, eso ya que te lo aguante otra imbécil. Si no te hace ilusión, mejor te vas de mi casa, y la próxima vez, no chatees con nadie, guapetón, que para amargarnos, cada uno tenemos lo nuestro”.
Y así terminó tu experiencia 3.0.
Seguro que hay gente que se conoce y hasta se casa con alguien que ha conocido por internet, pero está claro que tú no vas a ser una de ellas, porque de aquí a que te dé de nuevo por meterte en una página de esas, mucho aburrimiento deberás acumular.